Por Eugenio Pacelli Torres Valderrama*

Corresponsal del Chicamocha News en Europa.

Todo en la vida tiene un propósito y de acuerdo al objetivo que se persiga deben implementarse las estrategias requeridas. Si lo que queremos, por ejemplo, es clavar una puntilla, de nada nos servirá buscar un serrucho.

La pregunta que debemos formularnos como educadores, padres de familia o simples ciudadanos es: ¿Cuál es el propósito de la educación? Para lograr algo de claridad al respecto, debemos remontarnos en el tiempo y el espacio, hasta Austria en el siglo XVIII.

Cada vez que la familia imperial se trasladaba a su palacio de verano, en las afueras de Viena, era costumbre hacer una mudanza total, tal y como lo hacemos hoy en día cuando cambiamos de residencia. El problema que se presentaba era que invariablemente en el proceso se extraviaban objetos pequeños, cucharas de plata, por ejemplo.

A raíz de ello, la emperatriz María Teresa (1717-1780) decidió implementar un sistema correctivo y ordenó que se hiciera un listado de todos y cada uno de los elementos que salían de la residencia oficial y se registrara su llegada al palacio de verano y posteriormente su buen retorno.

Pero, entonces, una nueva inquietud asaltó la mente de María Teresa, no solamente se trataba del extravío de cubiertos. Si el imperio no cuantificaba los bienes en su posesión sería muy difícil mantener el control sobre su propia riqueza. Fue por ello que se propuso realizar un inventario de todo cuanto perteneciera al imperio. El problema era que en esa época era muy poca la gente que sabía leer y escribir. El plan requería gran número de empleados con habilidades contables y para tal fin se hizo necesario educar a las masas.

Así surgió el sistema educativo que tenemos actualmente. Fue diseñado para fiscalizar las posesiones del imperio y mostró también su beneficio en la dirección de las fábricas recién creadas tras la revolución industrial, en las operaciones mercantiles, en las campañas militares y, en fin, en la consolidación del poder político. Con esto en mente, las cualidades que se inculcaban con más énfasis en los educandos eran la obediencia y la disciplina.

La estrategia pronto se popularizó en toda Europa y hoy en día se le conoce erróneamente como sistema prusiano, debido al enorme éxito alcanzado en el ya desaparecido imperio de Prusia. Con la colonización se llevó a todos los rincones del mundo donde cumplió un importante papel en la era industrial y el crecimiento económico.

El modelo educativo tradicional con el profesor ante el tablero hablando a 20 o 30 estudiantes sentados en pupitres ordenados hasta que suena la campana y cambia el maestro y la asignatura, funciona a la perfección, debido a su simplicidad, es un sistema lineal y estructurado, tal y como era la sociedad en el siglo XIX y principios del XX.

Pero el panorama mundial habría de sufrir cambios importantes. La segunda revolución científica de Einstein y Planck, las guerras mundiales, la caída de los imperios, la era de las comunicaciones y la globalización.

La humanidad sufrió una importante trasformación, mientras que el sistema educativo continúa en su estancamiento, exigiendo obediencia y disciplina y sin otro propósito aparente que la formación de consumidores.

En el siglo XXI las nuevas exigencias de la educación son: la creatividad, el pensamiento crítico, la flexibilidad y, sobretodo, el trabajo en equipo. No se trata ya de transmitir conocimientos, el saber ha dejado de estar en los profesores, ni siquiera se encuentra en los libros, lo tenemos al alcance de todos con un simple click, o incluso en los bolsillos de los estudiantes, en sus teléfonos inteligentes. Esta es una situación de la cual no se ha tomado ventaja, el tema de un mes puede asimilarse en cuestión de minutos con un vídeo bien producido. El tiempo así ganado debería emplearse en el desarrollo de cualidades más acordes con el devenir de los tiempos.

Tristemente, frente a la educación estamos en la misma posición de alguien que se empeñara en usar un computador de la misma forma que una máquina de escribir, desconociendo todas las demás funciones que contribuirían a hacer el trabajo de forma más eficiente.

La sociedad avanza a un ritmo que hace cada vez más infructuoso el esfuerzo individual, lo que prima es el trabajo colaborativo el cual se entorpece con la cuantificación de las calificaciones. Desde el primer año en la escuela llevamos un rótulo en la frente: Bueno, Regular o Malo. Es algo que nos marca de por vida.

Nadie cuestiona: ¿Bueno para qué? o ¿malo para qué? Es cierto que todos tenemos aptitudes diferentes, pero también lo es el hecho de que con la debida motivación todo puede lograrse.

El estudiante inquieto, mal clasificado como indisciplinado, si logra sobrevivir sin traumas al sistema, será aquel que abrace ideas nuevas, que tome riesgos evaluados, que aprenda de sus errores, y esas son las cualidades más importantes que se necesitan hoy en día.

Como docente, me duele la pasividad de algunos colegas. Enseñamos de la misma forma que aprendimos, eso es lo que mantiene vivo al ya obsoleto modelo educativo. El cambio es un proceso a largo plazo, pero pequeños pasos pueden implementarse a nivel local, en cada una de las clases.

En un colegio enfocado en ser modelo de creatividad, serían los estudiantes mismos quienes cocinaran su propio almuerzo. Se dividirían por grupos, rotándose las tareas de hacer las compras, diseñar el menú, cocinar de forma colaborativa, servir y lavar los platos. Aparte de ser educación para la vida, aprenderían sobre optimización de recursos y se fortalecería el sentido de familia, evitando así el recurrente problema del matoneo. En una verdadera comunidad, el más fuerte defiende al débil y no lo usa como un objeto para mostrar su superioridad.

Esto debería extenderse también a nivel docente. Las victimas del matoneo dejan de serlo cuando se les brinda la oportunidad de explorar sus propios talentos y esa debería ser, precisamente, la prioridad de la educación. Si la chica callada de la que todos se burlan es buena escribiendo poesía, como maestros no debería darnos pena decirles a los estudiantes: Hoy en clase de matemáticas no vamos a practicar logaritmos sino en conjunto seleccionaremos las diez mejores poesías que pueda el grupo escribir, y en él, por supuesto, se contaría también el maestro, de nada sirve enseñar sin el ejemplo.

Si nos tildan de locos, mucho mejor, eso significaría que somos profesores del siglo XXI.

*Doctor en ingeniería (Hokkaido University, Japón), conferencista, autor de los libros "Historias de los tiempos por venir" y "Recuentos desde la otra orilla", ganador del Concurso Nacional de Cuento RCN-Ministerio de Educación. Desde 2011 radicado en Viena, Austria.